En fin, podríamos hablar, poema por poema, durante horas. Son fruto de una evolución espléndida, de un decantado riguroso que, como en los buenos champañas, lo mejora. Creo que hay que agradecerle a este extraordinario poeta, a este hombre humanista, cultísimo, artífice, modelador y creador del lenguaje, que nos regale tanta belleza y placer con cada libro, pero especialmente con éste que, además del premio conseguido por voluntad de un exigente e importante jurado, estoy convencido de que sorprenderá y cautivará a quien lo lea.
El sello poesía de la experiencia que alguien ha asignado a la obra de Domingo F. Faílde (nunca afortunado del todo: demasiados poetas y pretendidos poetas lo ostentan) queda corto para su poesía. Poesía que habría que enmarcar dentro de la corriente de existencialismo meditativo, si somos capaces de podar de connotaciones tópicas ambos términos.
En plena y rica madurez, Domingo F. Faílde recibe el premio Mariano Roldan por un libro que es una crónica cruelmente inteligente del fracaso del individuo. Las tres partes en que trascurre, La voz en el espejo, Fronteras y La senda oscura, no son sino el trasunto de nuestra propia vida, heterónimos también, del amargo devenir de la existencia: Lo que resulta indicativo del estado anímico de la misma sociedad de la que el poeta es aquí un notario.
Y, aunque como ocurre a menudo, todo premio es un azar, en éste, el jurado ha sabido apreciar el profundo sentido de las palabras del autor, el sutil pensamiento del autor: su certero ojo ha conseguido una vez más -pero en esta ocasión de forma especialmente clarificadora- contarnos a través de similitudes y metáforas cómo su mundo es el de todos y su drama también. Nos debatimos con una vida cruel y bella al mismo tiempo: dos realidades indisolubles, indiseccionables.
La poesía de Domingo F. Faílde no ha dado saltos en el vacío, se ha limitado a seguir buscando la hondura, sabiendo que melancolía, sensibilidad, belleza y aun sentimentalismo, no pueden ni deben estar negados. Y certificando (por si hiciese falta) que la claridad no es sólo la cortesía del filósofo sino la fuerza de una mente brillante y emocionada.
Como la de este extraordinario poeta, que hoy nos premia con un libro recurrente e inolvidable.
El sello poesía de la experiencia que alguien ha asignado a la obra de Domingo F. Faílde (nunca afortunado del todo: demasiados poetas y pretendidos poetas lo ostentan) queda corto para su poesía. Poesía que habría que enmarcar dentro de la corriente de existencialismo meditativo, si somos capaces de podar de connotaciones tópicas ambos términos.
En plena y rica madurez, Domingo F. Faílde recibe el premio Mariano Roldan por un libro que es una crónica cruelmente inteligente del fracaso del individuo. Las tres partes en que trascurre, La voz en el espejo, Fronteras y La senda oscura, no son sino el trasunto de nuestra propia vida, heterónimos también, del amargo devenir de la existencia: Lo que resulta indicativo del estado anímico de la misma sociedad de la que el poeta es aquí un notario.
Y, aunque como ocurre a menudo, todo premio es un azar, en éste, el jurado ha sabido apreciar el profundo sentido de las palabras del autor, el sutil pensamiento del autor: su certero ojo ha conseguido una vez más -pero en esta ocasión de forma especialmente clarificadora- contarnos a través de similitudes y metáforas cómo su mundo es el de todos y su drama también. Nos debatimos con una vida cruel y bella al mismo tiempo: dos realidades indisolubles, indiseccionables.
La poesía de Domingo F. Faílde no ha dado saltos en el vacío, se ha limitado a seguir buscando la hondura, sabiendo que melancolía, sensibilidad, belleza y aun sentimentalismo, no pueden ni deben estar negados. Y certificando (por si hiciese falta) que la claridad no es sólo la cortesía del filósofo sino la fuerza de una mente brillante y emocionada.
Como la de este extraordinario poeta, que hoy nos premia con un libro recurrente e inolvidable.
© Francisco López Villarejo